lunes, 2 de septiembre de 2013

CONTROL DE LA IRA



       Son muchas las personas que acuden a psicoterapia debido a la perturbación que la ira provoca en sus relaciones personales y en su bienestar emocional.
La ira no es siempre algo malo. Por el contrario, sentir ira nos permite darnos cuenta de que algo no está bien, defender nuestros derechos o cambiar cosas que no nos gustan.
Pero la ira se convierte en algo negativo cuando lleva a las personas a reaccionar de forma desproporcionada a los acontecimientos que viven, haciendo o diciendo cosas por las que luego se sienten culpables o avergonzadas.

En ocasiones llegan a justificar sus acciones como una forma de defender sus derechos, pero las consecuencias que suele acarrear su conducta son tan negativas que les lleva a proponerse buscar soluciones alternativas. No obstante, es frecuente encontrar que a pesar de los firmes propósitos de autocontrol las respuestas desadaptativas se mantienen.
La ira se parece un poco a conducir un coche: lo más importante es mantener el control. A veces las condiciones de la circulación, de la calzada o el clima hacen que esto sea más difícil pero los buenos conductores saben que nunca deben perder el control del coche porque puede ser peligroso y producirse un accidente.
Existen numerosas situaciones en las que las personas pueden verse desbordados por la ira y perder el control. Normalmente tienen que ver con circunstancias de estrés mantenido, como procesos de divorcio complicados, dificultades laborales o económicos, problemas en las relaciones familiares, etc. En otras ocasiones la respuesta de ira puede desencadenarse por una situación inesperada en que la persona ve amenazada su integridad física o emocional. En general, se puede decir que la ira aparece cuando la persona encuentra un obstáculo en la consecución de sus metas y no encuentra mejor modo de hacerle frente.
Gran parte de la respuesta emocional se ve mediada por varias circunstancias:
  • La persona está sobrecargada con otros problemas y acaba estallando por algún inconveniente que nada tiene que ver o es irrelevante.
  • Situaciones que suponen un estrés mantenido, que no se han sabido resolver adecuadamente en un momento anterior y en que la persona espera y espera  a que se resuelva solo, que el otro de el primer paso… Llega un punto en que ya no puede más y el enfado se manifiesta de la forma más explosiva.
  • En la mayoría de los casos, la persona ha aprendido a través de su historia a manifestar la ira como un medio de desahogo emocional (de hecho existe la creencia extendida de que el enfado es mejor manifestarlo, aunque sea de forma inadecuada, antes que reprimirlo) o como una forma de resolver sus problemas.
  • No cabe duda que en ocasiones se obtiene alguna ganancia con este comportamiento, pero normalmente son más altos los costes que los beneficios.

Algunas de las consecuencias negativas más importantes de esta forma de manejo son las siguientes:

  • El desbordamiento de ira genera altos grados de malestar en uno mismo.
  • Cuantos más ataques de ira tenemos aumentamos la probabilidad de que estos se repitan, ya que vamos reforzando ese patrón. La propia ira se retroalimenta y tiende a aumentar.
  • Existe además una relación con problemas de salud de distinta índole: problemas cardíacos, estomacales, neurológicos…
  • En la mayoría de los casos la persona se da cuenta de que “se pasa” y de que en realidad no es necesario enfadarse, o al menos de forma tan desproporcionada, para gestionar bien su vida. Más bien ocurre al contrario, cuanto más se enfada peor resuelve los problemas.
  • El alto grado de enfado impide pensar con claridad y valorar qué es realmente lo que se quiere.
  • Las relaciones con los demás se vuelven tensas y complicadas. Los demás pueden acabar accediendo no porque lo deseen sino por temor o pueden llegar incluso a alejarse.

Es importante identificar cuál es el análisis que el individuo hace de la situación, qué pensamientos activan la ira, cuáles son las señales internas que aparecen y qué conductas se llevan a cabo para rebajar el alto grado de malestar que puede llegar a sentir.
Pararse unos segundos y respirar profundamente ayuda a parar la cadena de pensamientos activadores de ira.
Preguntarse si merece la pena tan alto grado de enfado y si verdaderamente responder airadamente ayudará a resolver el problema o quizá lo empeore.
Asimismo, tomar conciencia de las consecuencias negativas de sus respuestas y buscar formas alternativas son las claves para la superación de este problema.

Alicia Martín Pérez
Paloma Suárez Valero
A.M.P. Psicólogos

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