Uno de los objetivos principales que normalmente nos planteamos las madres y los padres es que nuestros hijos e hijas vayan integrándose en los diversos ámbitos de la vida, conociendo sus deberes y derechos, y alcanzando una madurez y responsabilidad progresivas. Educar con este planteamiento va a evitar situaciones de dependencia, inmadurez social e inseguridad.
A menudo, escuchamos a padres y madres afirmar que quieren que sus hijos sean felices, y sin ser conscientes de ello, tratan de satisfacer este fin evitándoles las dificultades que encuentran, anticipándose a sus deseos, dándoles cuanto piden o cediendo ante cualquier resistencia o contrariedad. Estas actuaciones en un momento inicial suponen para el niño/a una satisfacción, sin embargo a medio y largo plazo pueden convertirse en obstáculos que dificulten su desarrollo y la adquisición de la responsabilidad.
En otras ocasiones, nos encontramos con muchas dificultades por parte de los padres para enseñar disciplina a sus hijos. En este sentido es importante aprender a manejar adecuadamente la autoridad con los niños. Las normas de nuestro hogar tienen que ser pocas, claras y bien comprendidas. Es decir, el niño/a tiene que saber lo que debe o no debe hacer, así como las consecuencias de incumplir lo acordado.
Es fundamental dictar las normas desde el afecto y no dejándose llevar por el nerviosismo del momento, el capricho o el interés por dominar al niño/a. Deben formularse de manera positiva, no a modo de decálogo de prohibiciones y deben ser razonadas, para que nuestros hijos e hijas comprendan los motivos de éstas y para que piensen y decidan por sí mismos sin necesidad de órdenes impositivas.
Estas ideas se recogen en el modelo educativo de exigencia positiva, que se fundamenta en 4 pilares básicos:
- Los padres deben abundar en elogios, felicitar con frecuencia a su hijo tanto por lo hace bien como por que intenta hacer bien; por ejemplo, el niño va a ser felicitado tanto si ha hecho su cama perfectamente como por el simple hecho de haberla intentado hacer. Esta actitud fomenta su ilusión por hacer nuevas tareas y favorece su autoestima.
- Los padres deben exigir, con moderación, a sus hijos, velar por el cumplimiento de las normas familiares por parte del niño, siempre adaptadas a su edad o nivel de desarrollo.
- Hay que corregir sin atacar a los niños. Cuando un niño está aprendiendo a hacer algo, no tiene porqué hacerlo bien a la primera, el adulto es el responsable de enseñarle cómo hacerlo (hacer de modelos e instructores) sin que el niño se sienta atemorizado, cuestionado, amenazado. Hay que desterrar las descalificaciones globales del tipo: "¡Ya sabía que lo ibas a hacer mal!" o "¡Eres un inútil!". Si algo no es correcto hay que descalificar la conducta inadecuada no a la persona.
- La exigencia positiva considera que los padres deben tener en cuenta las capacidades del niño y permitirle arriesgarse, afrontar nuevas situaciones que le permitan conocer cuáles son sus límites. Además, deben ser tolerantes con los fracasos del niño y no coartarle, ante nuevas iniciativas, sino acompañarle para la realización o experimentación de nuevas situaciones.
Aplicar en casa estas ideas puede parecer una complicada, pero puede aportar enormes beneficios a nivel familiar e individual en el niño. Se ha corroborado que los niños de padres que educan siguiendo este modelo están más felices consigo mismos, presentan mejor autoestima, autonomía y responsabilidad. Son más competentes socialmente, persisten en las tareas que emprenden consiguiendo mayores éxitos y presentan mejor autocontrol.
AMP Psicólogos
Magdalena Sáez Valls
Alicia Martín Pérez