La vergüenza puede definirse como
una sensación de pérdida de dignidad, insuficiencia o inadecuación de uno mismo
relativo a determinados contextos. Es una emoción basada en factores
socioculturales y que se activa cuando creemos que nuestro comportamiento o
competencias pueden servir de mofa, juicio negativo o reproche por parte de
otros. Sentimos que todos los ojos (o al menos los importantes) están clavados
en nosotros.
Puede desencadenarse en nuestras
actuaciones públicas, pero también retrospectivamente, cuando recordamos algún
hecho que consideramos impropio o anticipatoriamente al imaginar un escenario
futuro. Asimismo, puede surgir incluso en soledad, al pensar que nuestros actos
podrían haber sido vistos por otros.
La vergüenza puede llegar a generar
un gran malestar, apareciendo pensamientos negativos sobre uno mismo, sobre las
posibles consecuencias de los supuestos errores, cursa con rubor facial,
confusión, bloqueo y sentimientos de inferioridad. Cuando la persona es
especialmente sensible a esta emoción trata de ocultar sus supuestos defectos y
puede llegar a evitar situaciones sociales, estableciéndose un círculo vicioso
en el que cuanto más se esfuerza la persona por no pasarlo mal peor se pasa.
No obstante, no es tan negativa como
podría parecer. Así, Aristóteles la califica de “cuasivirtud” pues obrar mal y
no avergonzarse es mucho peor que obrar mal y avergonzarse de haber hecho algo
malo. La vergüenza puede servirnos para ser conscientes de nuestras
limitaciones, reconocer nuestros errores y corregirlos, saber utilizar
estrategias adecuadas en los distintos contextos en que nos desenvolvemos y
mejorar nuestras competencias.
¿Qué se puede hacer cuando uno es
especialmente vergonzoso?:
- Lo primero sería reconocer la emoción, los antecedentes que la desencadenan, los pensamientos que la activan y magnifican y los intentos que se han puesto en práctica para superarla.
- Aprender a reinterpretar. Normalmente las situaciones no son tan peligrosas, los demás no están absolutamente pendiente de nosotros y nuestros pensamientos suelen ser exagerados.
- Evitar mantener oculta la supuesta debilidad. La debilidad revelada se convierte en fortaleza.
- Buscar escenarios donde exponerse. Puede empezarse por entornos cercanos y más confiables.
- Si no te atreves, comenzar por contárselo a alguien.
- Aceptar la vergüenza como parte de la condición humana.
- Evitar identificarse con ella. Tu no eres tu vergüenza.
- Reflexionar sobre si el grado de sufrimiento que se tiene no es mayor que lo que realmente se puede o pretende evitar.
- Animarse a poner una pizca de atrevimiento.
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Si
la vergüenza crea serias dificultades y no se puede resolver por uno mismo, no
dudar en consultar con un especialista.
Alicia Martín Pérez. Psicóloga Clínica.
AMP Psicólogos. www.psicologosaranjuez.com