Podemos definir las emociones como estados intensos caracterizados por pensamientos, reacciones fisiológicas y conductas específicas, que surgen de modo repentino en respuesta al entorno que nos rodea. Son reacciones subjetivas, es decir, las reacciones emocionales son el resultado de nuestra manera particular de interpretar las situaciones que vivimos. Es por ésta razón, que no todos reaccionamos igual emocionalmente ante un mismo acontecimiento, ya que cada uno de nosotros da un significado distinto, personal y mediado por la propia experiencia, a cada situación concreta.
Las
emociones son una dimensión psicológica necesaria para la supervivencia. Suponen
un “impulso” para la acción y la comunicación, y se relacionan con procesos
neuroquímicos y cognitivos que tienen que ver con la toma de decisiones, la
memoria, la atención, la percepción o la imaginación. Sin embargo, en muchas
ocasiones nos resultan enigmáticas o difíciles de comprender y manejar.
A
pesar de ser tan importantes, tradicionalmente se les ha restado valor,
considerando que potenciaban la vulnerabilidad del ser humano y haciendo
prevalecer la razón como forma más adecuada de conducir nuestras vidas. Ya
Platón señaló que las emociones eran caballos salvajes que tenían que ser
refrenados por la razón. Así, se ha asimilado a fortaleza o competencia el ser
capaces de controlar, eliminar u ocultar cualquier atisbo de emocionalidad.
Los estudios y la profundización en el
conocimiento del ser humano han puesto en evidencia que solo es posible
mantener una buena relación con nosotros mismos y con los demás cuando existe
un adecuado equilibrio entre razón y emoción.
Una
manera común de clasificar las emociones es en positivas o negativas,
dependiendo de que las sensaciones que las acompañan sean agradables o
desagradables. Esta clasificación, si bien es fácilmente entendible, nos lleva
a confusión ya que tanto unas como otras son de vital importancia para nuestra
adaptación y supervivencia. Las llamadas “positivas” nos indican aspectos
protectores, sanos, satisfactorios o placenteros de la vida, a los cuales
acercarnos y propiciar su mantenimiento, mientras que las “negativas” nos
indican aspectos peligrosos o dañinos de los cuales apartarnos o mantenernos en
vigilancia. Por ello, se considera más adecuado sustituir la idea de emociones
positivas o negativas, por la de emociones apropiadas o inapropiadas.
Esto es así porque todas las emociones
son sanas cuando se identifican, se entienden y se expresan adecuadamente, pero
dejan de serlo cuando se exaltan, se reprimen o se expresan de modo exagerado, pudiendo
convertirse en patológicas.
Para comprender mejor esta idea, presentamos
un breve análisis de algunas de las emociones básicas.
La
cólera o ira, es una emoción que
nos indica que algo importante para nosotros está en peligro. En positivo nos
lleva a la autoafirmación, a proteger nuestro territorio y a defender lo que es
justo poniendo límites.
Sin
embargo, cuando es excesivamente intensa y duradera, se reprime o se oculta, se
transforma en resentimiento, irritabilidad, agresividad, odio y aislamiento
social. A su vez, cuando se manifiesta de forma exagerada nos crea conflictos,
sentimientos de culpa e incapacidad.
La
tristeza, nos permite reconocer las pérdidas, llevándonos a conectar con
nosotros mismos, a la introspección, la autoconsciencia, ayudándonos a
recomponernos.
Pero
cuando nos quedamos instalados en ella, la negamos y ocultamos puede
convertirse en depresión.
El
amor es enriquecedor y estimulante, proporciona apoyo y protección, nos
moviliza a acercarnos a los demás, a compartir, a cuidar, es el motor de gran
parte de nuestras virtudes.
No
obstante, se puede transformar en algo destructivo cuando nos lleva a la
sobreprotección, a la dependencia o a los en celos.
El
miedo, forma parte de nuestro sistema de alerta y permite protegernos de los
peligros. Puede convertirse en algo inadecuado cuando se activa ante estímulos
que no son realmente dañinos, bloqueándonos, paralizándonos, impidiéndonos
afrontar retos y avanzar.
La
alegría, nos permite reconocer las bondades de la vida, genera bienestar y
energía y nos impulsa a la acción. Podríamos decir que es el estado en que
todos queremos vivir.
En
ocasiones, ésta puede convertirse en peligrosa cuando se convierte en euforia,
nos aleja de la prudencia o nos impide medir nuestros verdaderos límites, llevándonos a la temeridad.
La
aversión, nos indica la presencia de algo que puede ser perjudicial para
nosotros, ayudándonos a alejarnos de tales estímulos. Pero se puede transformar
en fobias cuando nuestra activación es excesiva.
A modo de conclusión podemos resaltar
algunos aspectos:
- Todas nuestras emociones cumplen una función positiva, aunque algunas las vivamos como algo molesto.
- El modo en que las gestionemos a nivel interno y la forma de expresarlas serán la clave para lograr el bienestar emocional.
La psicología como ciencia que estudia al
ser humano ha elaborado distintas estrategias que permiten superar aquellas
dificultades que en ocasiones perturban nuestra vida emocional.
Paloma Suárez Valero.
Alicia Martín Pérez.
AMP Psicólogos.
www.psicologosaranjuez.com