Mostrando entradas con la etiqueta tristeza. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta tristeza. Mostrar todas las entradas

lunes, 31 de octubre de 2022

COMER EMOCIONAL




La comida y las emociones tienen un vínculo estrecho. El hambre genera una sensación displacentera que se calma cuando ingerimos algún alimento, además comer resulta placentero. Este mecanismo es necesario para la supervivencia puesto que de lo contrario no buscaríamos alimentos y no comeríamos poniendo en riesgo nuestra vida. Además, en los primeros momentos de nuestra vida la alimentación genera muchos momentos de contacto, calma y cuidado por parte de la madre (o cuidador principal).

Por otro lado, en nuestra cultura, comer está asociado a la fiesta, la celebración, lo bueno. Son muchas las ocasiones en las que nos sentamos a la mesa como forma de ocio.

Todo esto no supone que tengamos una mala relación con la comida, o que nuestras costumbres puedan resultar dañinas. Pero cuando hablamos de “comer emocional” nos estamos refiriendo a la necesidad de comer como forma de regular nuestros estados de ánimo.

En este sentido pasamos a utilizar la comida como premio, por ejemplo, tras haber hecho un esfuerzo, haber conseguido algo relevante, para acompañar momentos de alegría, o también como consuelo cuando nos sentimos mal (agobiados, frustrados, tristes, enfadados, aburridos ,..). Normalmente, el tipo de alimentos que se eligen en estos casos son sabrosos, dulces, ricos en grasas y tenemos poca capacidad de seleccionar tanto la calidad y cualidad de lo que ingerimos como la cantidad. Acostumbrarse a calmar estos estados con comida puede generar serios problemas de nutrición, obesidad y alteraciones fisiológicas. Además, es frecuente que tras comer, en lugar de sentirnos mejor, acabamos sintiéndonos culpables.

Es importante que aprendamos a diferenciar cuándo nuestro hambre es fisiológico de cuando es emocional. Darnos cuenta si surge porque verdaderamente hemos comido poco anteriormente, o hemos desarrollado actividad intensa o bien, simplemente es la hora de comer o si más bien está gobernado por alguna de las emociones que hemos señalado.

Para ello puede ser útil que dediquemos un tiempo a conocernos, a identificar cómo se desencadenan estos patrones para buscar las mejores formas de regularnos. Si realmente tenemos hambre porque comemos poco en función de nuestro grado de actividad, o alimentos poco saciantes, o muy bajos en calorías (normalmente irá asociado a una pérdida de peso) sería bueno hacer una revisión de nuestra dieta para incrementar el consumo de nutrientes. Pero si estamos comiendo de manera impulsiva, generalmente, alimentos menos saludables y además no sentimos que tenemos bien regulado el mecanismo de hambre-saciedad, seguramente tenga que ver con el comer emocional.

Os proponemos que cuando aparezca la sensación de hambre os paréis un momento a observar:

·         Qué está pasando en mi cuerpo, qué siento, qué emociones puedo identificar, cuáles son mis sensaciones y en que partes de mi cuerpo se están manifestando.

·         Puede ser muy útil llevar la atención a la respiración y realizar varias respiraciones profundas (genera calma y más claridad)

·         Qué está pasando en mi mente, cuáles son mis pensamientos. Identificar si en ese momento están siendo buenos consejeros.

·         Decidir si la opción más adecuada en este momento es comer o si sería bueno que pusiera en práctica alguna otra alternativa para regular mi emoción.

Si identificas que el “comer emocional” es frecuente en ti, sería interesante elaborar un plan sencillo que respondiera a la pregunta, ¿qué puedo hacer en vez de comer cuando tenga ganas de premiarme?, ¿y, cuando tengo ganas de consolarme?, según esté asociado al premio o al consuelo. Son muchas las alternativas sencillas que puedes tener presentes y ponerlas en marcha te ayudará a encontrarte mejor.

Espero que este pequeño artículo sea de ayuda a quien lo necesite.

Gracias por leerme.

 

Alicia Martín Pérez. Psicóloga Clínica

AMP Psicólogos   www.psicologosaranjuez.com

 

lunes, 10 de noviembre de 2014

LAS EMOCIONES: ¿POSITIVAS O NEGATIVAS?


Podemos definir las emociones como estados intensos caracterizados por pensamientos, reacciones fisiológicas y conductas específicas, que surgen de modo repentino en respuesta al entorno que nos rodea. Son reacciones subjetivas, es decir, las reacciones emocionales son el resultado de nuestra manera particular de interpretar las situaciones que vivimos. Es por ésta razón, que no todos reaccionamos igual emocionalmente ante un mismo acontecimiento, ya que cada uno de nosotros da un significado distinto, personal y mediado por la propia experiencia, a cada situación concreta.

 

Las emociones son una dimensión psicológica necesaria para la supervivencia. Suponen un “impulso” para la acción y la comunicación, y se relacionan con procesos neuroquímicos y cognitivos que tienen que ver con la toma de decisiones, la memoria, la atención, la percepción o la imaginación. Sin embargo, en muchas ocasiones nos resultan enigmáticas o difíciles de comprender y manejar.

 

A pesar de ser tan importantes, tradicionalmente se les ha restado valor, considerando que potenciaban la vulnerabilidad del ser humano y haciendo prevalecer la razón como forma más adecuada de conducir nuestras vidas. Ya Platón señaló que las emociones eran caballos salvajes que tenían que ser refrenados por la razón. Así, se ha asimilado a fortaleza o competencia el ser capaces de controlar, eliminar u ocultar cualquier atisbo de emocionalidad.

Los estudios y la profundización en el conocimiento del ser humano han puesto en evidencia que solo es posible mantener una buena relación con nosotros mismos y con los demás cuando existe un adecuado equilibrio entre razón y emoción.


                Una manera común de clasificar las emociones es en positivas o negativas, dependiendo de que las sensaciones que las acompañan sean agradables o desagradables. Esta clasificación, si bien es fácilmente entendible, nos lleva a confusión ya que tanto unas como otras son de vital importancia para nuestra adaptación y supervivencia. Las llamadas “positivas” nos indican aspectos protectores, sanos, satisfactorios o placenteros de la vida, a los cuales acercarnos y propiciar su mantenimiento, mientras que las “negativas” nos indican aspectos peligrosos o dañinos de los cuales apartarnos o mantenernos en vigilancia. Por ello, se considera más adecuado sustituir la idea de emociones positivas o negativas, por la de emociones apropiadas o inapropiadas.

Esto es así porque todas las emociones son sanas cuando se identifican, se entienden y se expresan adecuadamente, pero dejan de serlo cuando se exaltan, se reprimen o se expresan de modo exagerado, pudiendo convertirse en patológicas.


Para comprender mejor esta idea, presentamos un breve análisis de algunas de las emociones básicas.

La cólera o ira, es una emoción que nos indica que algo importante para nosotros está en peligro. En positivo nos lleva a la autoafirmación, a proteger nuestro territorio y a defender lo que es justo poniendo límites.

Sin embargo, cuando es excesivamente intensa y duradera, se reprime o se oculta, se transforma en resentimiento, irritabilidad, agresividad, odio y aislamiento social. A su vez, cuando se manifiesta de forma exagerada nos crea conflictos, sentimientos de culpa e incapacidad.

La tristeza, nos permite reconocer las pérdidas, llevándonos a conectar con nosotros mismos, a la introspección, la autoconsciencia, ayudándonos a recomponernos.

Pero cuando nos quedamos instalados en ella, la negamos y ocultamos puede convertirse en depresión.

El amor es enriquecedor y estimulante, proporciona apoyo y protección, nos moviliza a acercarnos a los demás, a compartir, a cuidar, es el motor de gran parte de nuestras virtudes.

No obstante, se puede transformar en algo destructivo cuando nos lleva a la sobreprotección, a la dependencia o a los  en celos.

El miedo, forma parte de nuestro sistema de alerta y permite protegernos de los peligros. Puede convertirse en algo inadecuado cuando se activa ante estímulos que no son realmente dañinos, bloqueándonos, paralizándonos, impidiéndonos afrontar retos y avanzar.

La alegría, nos permite reconocer las bondades de la vida, genera bienestar y energía y nos impulsa a la acción. Podríamos decir que es el estado en que todos queremos vivir.

En ocasiones, ésta puede convertirse en peligrosa cuando se convierte en euforia, nos aleja de la prudencia o nos impide medir nuestros verdaderos límites, llevándonos a la temeridad.

La aversión, nos indica la presencia de algo que puede ser perjudicial para nosotros, ayudándonos a alejarnos de tales estímulos. Pero se puede transformar en fobias cuando nuestra activación es excesiva.


A modo de conclusión podemos resaltar algunos aspectos:

  • Todas nuestras emociones cumplen una función positiva, aunque algunas las vivamos como algo molesto.
  • El modo en que las gestionemos a nivel interno y la forma de expresarlas serán la clave para lograr el bienestar emocional.

La psicología como ciencia que estudia al ser humano ha elaborado distintas estrategias que permiten superar aquellas dificultades que en ocasiones perturban nuestra vida emocional.

 

 

Paloma Suárez Valero.

Alicia Martín Pérez.

AMP Psicólogos.

www.psicologosaranjuez.com