miércoles, 26 de julio de 2017

PROCRASTINACIÓN: DEJAR PARA DESPUÉS



¿ES USTED UN PROCRASTINADOR?
“No dejes nunca para mañana lo que puedas hacer pasado mañana”. MARK TWAIN
La palabra procrastinación apareció por primera vez en Inglaterra en el siglo XVI, y tan solo hace unos años se ha empezado a utilizar de manera común en castellano, llegando a convertirse en un término de moda. Se refiere a cuando posponemos tareas de forma voluntaria pese a que creamos que esa dilación nos perjudicará. De alguna manera cuando procrastinamos sabemos que estamos actuando en contra de lo que nos conviene.
Sin que suponga un test para evaluar en qué medida es usted un procrastinador o no, puede preguntarse si se reconoce en las siguientes afirmaciones: “Me suelo lamentar de no haber hecho antes las cosas”. “Tiendo a hacer todo en el último momento, incluso llegando a causarme problemas”. “Al final del día siento que podía haber empleado mejor mi tiempo”. “Me entretengo frecuentemente en tareas secundarias o irrelevantes en lugar de hacer lo que me había propuesto”. “Suelo llevar a cuestas una considerable lista de deberías de los que no me ocupo adecuadamente”.
¿Qué tal le ha ido?. Si no se ha reconocido, ¡FELICIDADES!, seguramente piense que lleva una vida en que consigue lo que quiere y se sienta satisfecho de lo que hace.
Puede ser que las tareas aplazadas sean secundarias, que ésto sólo le ocurra con algunas cosas o bien que su grado de exigencia sea muy alto y le parezca que nunca hace lo suficiente, en estos casos no estaríamos hablando de un procrastinador.
Al hablar de este tema nos encontramos con unas pautas que suelen ser comunes: al principio de un proyecto parece que el tiempo es infinito, que se van a encontrar energías y recursos suficientes para emprender una tarea, pero cuando llega la hora de ejecutarla cualquier cosa sirve de distracción o entretenimiento, la mente relativiza la importancia del inicio de la acción en ese momento, uno se convence de que en realidad encontrará una oportunidad, posterior, en que se sienta con más energía, más concentrado….. y se aplaza. Gastando el tiempo en entretenimientos o distracciones que no aportan mucho.
En realidad, no se produce una verdadera liberación, sino que lo aplazado sigue en la mente cargando nuestra mochila. Esto supone una gran presión que hace que cada vez la tarea se perciba como más pesada. Además, como el tiempo empieza a apremiar aumenta el rechazo a la misma contribuyendo a que la ansiedad se incremente.
Este círculo vicioso se repite, generando gran malestar hasta que realmente se lleva a cabo la actividad -a veces con más coste del necesario-, o se abandona, alejándose de los objetivos propuestos, generando sentimientos de incapacidad e insatisfacción, cuando no, verdaderos problemas.
Si bien esta actitud puede incluso suponer un peligro (pensemos, por ejemplo, aplazar el cambio de las ruedas del coche en mal estado), se ha identificado, a través de encuestas, que alrededor del 95% de las personas admite que procrastina, y una cuarta parte de ellas señala que es una característica crónica, definitoria de su persona.
Los estudios se han centrado en identificar qué características personales estarían relacionadas con la procrastinación, habiéndose señalado: el perfeccionismo y la falta de motivación, entre otras, pero el Talón de Aquiles de este problema, según señala el Doctor Piers Steel es la impulsividad. A los impulsivos les resulta difícil mostrar autocontrol, soportar un esfuerzo a corto plazo a cambio de un beneficio lejano e incierto.
Algunas recomendaciones que pueden ser útiles para liberarse de este patrón son las siguientes:
·         Haga una lista de las cosas que suele aplazar y téngala presente.
·         Fíjese objetivos razonables y establezca prioridades
·         Cumpla las tareas en el orden establecido.
·         Visualice el éxito y cómo se sentirá una vez cumplido el objetivo.
·         Fraccione las tareas grandes o difíciles en pequeñas, y no deje pasar un día sin atenderlas.
·         Prepare un espacio (cuando la tarea lo requiera) cómodo y libre de distracciones.
·         Establezca pequeñas recompensas para cuando cumpla con sus propósitos y evite la condescendencia consigo mismo.
·         Comprométase con otras personas.
·         Quite de la lista de tareas pendientes aquellas cosas que repetidamente evite y asuma las consecuencias.
·         Felicítese por cada paso que dé en el sentido propuesto.
·         Observe que si cumple se siente más relajado, liberado y si incumple el peso de lo pendiente puede agotarle.
·         Elija para su tiempo de ocio y descanso actividades que verdaderamente le agraden.
Si desea conocer más acerca de este interesante tema le recomendamos la lectura del libro “Procrastinación. Por qué dejamos para mañana lo que podemos hacer hoy”, de Dr. Piers Steel.
Asimismo, si considera que puede necesitar ayuda, un psicólogo puede enseñarle como superar sus dificultades ajustando las pautas necesarias a su caso concreto.

Alicia Martín Pérez
AMP Psicólogos
www.psicologosranjuez.com

SÍNDROME DEL CUIDADOR



CÓMO CUIDARNOS CUANDO TENEMOS QUE CUIDAR
En la actualidad los avances médicos y la mejora de las condiciones de vida han dado lugar a una prolongación importante de la vida de las personas, lo que lleva asociado el que son muchas las familias que tienen entre sus miembros a una persona dependiente a la que atender, durante un tiempo prolongado. En estas circunstancias si la atención y el cuidado al dependiente no se llevan a cabo de una forma adecuada, puede surgir el “Síndrome del Cuidador”.
Este síndrome consiste en un estado de malestar psicológico en el que el cuidador principal ha dejado abandonada su propia vida en aras del cuidado de una persona dependiente, renunciando a aspectos importantes de su propia realización personal y prescindiendo de los pequeños placeres diarios.
Todo esto acaba generando en el cuidador una carga excesiva que se vivencia tanto a nivel físico (cansancio, migraña, dolor muscular, problemas de sueño…) como psicológico (ansiedad, depresión, irritabilidad, desmotivación…) y social (aislamiento, desatención a otros miembros de la familia, abandono de actividades de ocio…).
A continuación, presentamos una serie de sugerencias para prevenir la aparición de este problema.
En primer lugar, es importante que en el cuidado de la persona dependiente se implique todo el sistema familiar. Una sola persona no puede soportar toda la carga. Se debe concretar de forma precisa cuáles son los problemas que plantea el cuidado y la convivencia con la persona dependiente en el momento presente. De ésta manera, podemos encontrar soluciones concretas a problemas concretos.
Es fundamental tener en cuenta el resto de responsabilidades familiares, laborales y también de ocio que tiene el cuidador principal, que también requieren tiempo y energía. En ésta línea, resulta útil determinar el tiempo que va a dedicar a la atención del dependiente y  también planificar el tiempo que le dedicará a sus otras actividades, a sus relaciones sociales y familiares.
Las familias que comparten las tareas de atención al dependiente prestan un mejor cuidado, se agotan menos y salen reforzadas de las nuevas formas de relación que se establecen. Para ello se ha de negociar lo que cada uno de los miembros de la familia está dispuesto a hacer, así como quién será el miembro que se encargue de sustituir a otro en caso de no poder ocuparse del cuidado en un momento determinado.
En segundo lugar, debemos tener en cuenta los sentimientos que nos invaden cuando el cuidado de nuestro ser querido empieza a ser una carga excesiva. Saber identificarlos y aprender a manejarlos es clave para sobrellevar esta situación. A continuación proponemos unas pautas de actuación.
Cómo actuar ante sentimientos de enfado:

·         Pensar que las conductas molestas de nuestro familiar son un producto de su enfermedad. No tenemos por qué interpretar que lo hace para molestarnos.
·         Pensar que no es la persona globalmente la que nos irrita sino un comportamiento determinado en un momento determinado.
·         Es importante reconocernos a nosotros mismos que estamos enfadados y que además tenemos derecho a estarlo.
·         Expresar abiertamente la ira, la frustración, el malestar… antes de que nos desborden. Compartir los sentimientos con otras personas ayuda a aliviarlos.
·         Comentar las propias vivencias, con personas que están pasando por una situación igual o parecida, ayuda a no sentirse solo.

Como actuar ante sentimientos de tristeza:

·         Identificar momentos y situaciones concretos en los que nos sentimos tristes. De ésta manera podremos modificarlos en la medida de lo posible.
·         Evitar sobrecargarse más de lo que podemos soportar.
·         Dedicar un tiempo a nosotros mismos y a las actividades que nos resultan satisfactorias nos ayuda a sentirnos mejor.
·         Dedicar un tiempo para sentir. Conocernos nos ayuda a cuidarnos.
·         No evitar la tristeza. Es normal que exista pero no debe invadirlo todo.
·         Identificar lo que estamos aprendiendo, el efecto positivo de nuestra ayuda, los momentos especiales que se comparten. Las situaciones difíciles tienen un efecto positivo de aprendizaje y superación.
·         Mantener la risa y el sentido del humor.
·         No pretender solucionar todos los problemas a la vez. Es mejor afrontarlos uno por uno. Nos da una mayor sensación de control y minimiza la incertidumbre y el estrés.

Como actuar ante los sentimientos de culpa:

·         Pensar en qué momentos y situaciones nos sentimos culpables.
·         Aceptarlo como una reacción normal y comprensible.
·         Expresar esos sentimientos con otras personas.
·         Buscar las razones de esos sentimientos analizándolos desde varios puntos de vista.
·         Admitir las propias limitaciones a la hora de cubrir todas las necesidades de nuestro familiar.
·         Aceptar nuestros propios errores. Estos errores son inevitables, todos los cometemos. Tenemos derecho a cometer errores y ser perdonados por ellos.

Por último señalar que, en algunas ocasiones debemos ser capaces de poner límites a algunos comportamientos de la persona dependiente, como:
·         Las quejas desproporcionadas ante situaciones que son inevitables.
·         Cuando culpan al cuidador principal por los errores que comete.
·         Fingir síntomas para conseguir más atención.
·         Reproches injustificados a los cuidadores.
·         Cuando piden más ayuda de la necesaria o que supera la capacidad del cuidador.
·         Cuando rechazan ayudas técnicas que facilitarían su cuidado.
·         Los comportamientos agresivos.

Seguir las pautas proporcionadas ayudará a minimizar los síntomas propios del Síndrome del Cuidador. Sin embrago, si los síntomas perduran y siente que nos es capaz de manejarlos por sí mismo, recurra a profesionales y solicite ayuda.
Paloma Suárez Valero.  Alicia Martín Pérez
AMP Psicólogos. www.psicologosaranjuez.com