El
optimismo se define como la tendencia o capacidad para creer que uno obtendrá
buenos resultados en la vida, anticipando las consecuencias positivas.
Constituye un estilo cognitivo-afectivo relacionado con el modo en que un
sujeto procesa la información relacionada con el futuro.
Martin
Seligman, uno de los investigadores que más está aportando a la denominada Psicología
Positiva, señala: “la vida causa los mismos contratiempos y las mismas
tragedias tanto a optimistas como a pesimistas, pero los primeros saben
afrontarlo mejor”. Además, la propia forma de enfrentarse a las circunstancias
favorece formas de actuación beneficiosas para la persona, consiguiendo mayor
éxito en las distintas áreas de la vida.
El
optimismo favorece que la vida resulte más satisfactoria, que se aspire a
objetivos vitales relevantes y que se desarrollen recursos para alcanzarlos,
resulta una fuente importante de motivación, podríamos decir que tiene un
efecto “inmunizador”, convirtiéndose en un elemento beneficioso de nuestra
salud física y psicológica.
Las
personas optimistas tienden a establecer relaciones sociales más sólidas,
recibiendo y prestando ayuda cuando se necesita, promoviéndose un mayor
sentimiento de pertenencia.
El
pensamiento optimista se caracteriza por: recordar, con mayor frecuencia e
intensidad, los acontecimientos felices del pasado, relativizando la
importancia de los negativos y seleccionar la información actual de manera
beneficiosa para la persona.
¿Qué nos puede
ayudar a ser más optimistas?:
· Dedicar tiempo a cultivar pensamientos
agradables, buscando fórmulas que faciliten el recuerdo de acontecimientos
positivos, parándonos a disfrutar de momentos agradables por pequeños que sean,
dejando de lado las preocupaciones y saboreando por anticipado cualquier evento
futuro que pueda resultar gratificante.
· Identificar aquellas cosas que
sabemos hacer y las repercusiones positivas que tiene nuestro comportamiento en
los demás.
·
Emprender proyectos tratando de
centrar nuestro pensamiento en lo que vamos a conseguir, valorando nuestras
capacidades, si resulta difícil podemos preguntarle a alguien en quien confiemos,
seguramente nos dará una visión más positiva de nosotros mismos que la que tenemos.
·
Tratar de buscar interpretaciones
útiles que nos permitan actuar de forma adaptada.
· Aprender a atrapar las cosas que
ocurren a nuestro alrededor y que pueden aumentar nuestro nivel de satisfacción.
· Utilizar el pensamiento de forma
positiva, buscando soluciones y si le damos demasiadas vueltas a un problema,
sentémonos, dediquemos un tiempo a escribir sobre ello identificando
pensamientos catastrofistas y vías de solución, dejemos los pensamientos en el
papel y podemos volver a ellos en los momentos de reflexión no de “rumiación”.
· Decidir cuánto queremos dedicarle
a aquellas cosas que a lo mejor no tienen demasiada importancia pero que rondan
por nuestra cabeza continuamente.
·
Identificar nuestras fortalezas y
ponerlas en acción.
· Intentar buscar, todos los días y
acerca de la mayoría de las situaciones, algún aspecto positivo, un
aprendizaje, …
·
Si algo resulta costoso, valorar
la importancia que tiene, intentar aprender aquello que necesitamos para superarlo
o abandonarlo si descubrimos que no es algo relevante. Pero si algo nos
importa, no nos demos por vencidos, perseveremos.
·
Generar expectativas positivas a
cerca de nuestros actos sin esperar que los demás se comporten como nosotros lo
haríamos.
·
Reducir las quejas, generan
malestar y no ayudan a encontrar soluciones.
Propongo elegir
alguna de esta estrategia y practicarla a conciencia durante una semana, ir
añadiendo nuevas estrategias cada dos o tres semanas.
AMP PSICÓLGOS
Alicia Martín Pérez
Psicóloga clínica
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