Cuando tratamos de comprender la esencia del
pensamiento infantil, la primera premisa de la que deberíamos partir es que, si
bien existen algunas similitudes con la manera de interpretar la realidad
propia de los adultos, también existen notables diferencias que en ocasiones
complican la tarea de comunicarnos con nuestros hijos y satisfacer su
curiosidad.
Los niños son curiosos porque para ellos
todas las personas y todas las cosas son nuevas y se interesan por conocer
mejor el mundo que los rodea. Un niño aprende a preguntar
alrededor de los dos años, en principio como una forma de conversar, y a partir
de ahí da rienda suelta a su curiosidad.
Su forma de pensar va siendo cada vez más compleja: el
pequeño supone que todo tiene un sentido, un porqué, y quiere conocerlo. ¿Y qué
mejor manera de hacerlo que consultando a sus padres?.
Los primeros años de la vida del pequeño transcurren
en un círculo muy limitado. Por
eso, es lógico que las preguntas iniciales de tu hijo sean muy precisas y estén
centradas en sí mismo y en vosotros, en vuestra vida cotidiana.
Más adelante, y a medida que el contacto del niño con
el mundo se va haciendo más amplio y a través de más personas de su entorno, aparecerán
otras dudas, como por ejemplo sobre el nacimiento, sobre el cuerpo y la
sexualidad. Todas estas preguntas surgen de su observación directa y de su
propio estilo de procesamiento de la información. Es perfectamente normal que
estas dudas se planteen y es difícil que los padres puedan ejercer control en
la aparición de las mismas, ya que surgen espontáneamente y responden a su
proceso de desarrollo.
En cualquier caso, también es normal que a veces las
preguntas de los niños nos
resulten incómodas, sorpresivas
e incluso terriblemente inoportunas. No importa si estamos en una reunión con
nuestros amigos, o si hablamos por teléfono en ese momento. La pregunta del
niño puede llegar sin previo aviso, sin tener en cuenta lo preparados que nos
encontremos en ese instante para responderla.
Pero no es tan grave. Lo primero que debemos hacer es
tomarlo con naturalidad, así
como seguir algunas recomendaciones:
- Es
importante que valoremos positivamente la pregunta del niño.
Es la mejor señal de que su desarrollo está siendo el adecuado, en cuanto
a madurez y curiosidad.
- En principio se
recomienda tratar de responder a todas las preguntas que tu niño
haga.
- Ninguna respuesta debe
fundamentarse en un porque si o en un porque no.
- No le des una
información falsa. Es una etapa tan propicia para la asimilación y
el aprendizaje que es una pena no aprovechar un tiempo de tanta riqueza
personal, de tanta capacidad de crecimiento y asimilación de conocimientos
nuevos.
- Míralo a los ojos cuando te
hable y te pregunte. Nunca le evadas la mirada, eso le hará pensar que ha
cometido algún error que merece tu indiferencia.
- Usa palabras
fáciles y ejemplos sencillos de entender para él, de acuerdo a su
edad. Puedes recurrir a casos de tu propia experiencia, seleccionando los
más apropiados. Si no conoces el tema, o no te sientes seguro sobre la
respuesta, usa herramientas de
consulta.
- Trata
de no escandalizarte. No
cuestiones el lugar, ni el tema, ni el momento de la pregunta.
- Nada
de "no tengo tiempo para eso" o "pregúntale a tu
madre".
- Una vez
respondida la pregunta, pregúntale
tú si entendió, o si tiene alguna otra pregunta.
- Afírmale
que cualquier otra duda que tenga, siempre confíe en ti para resolverla.
Podemos concluir diciendo que es muy importante
responder a las preguntas nuestros hijos ya que de ese modo fomentamos su
curiosidad y les motivamos para aprender sobre el mundo. De la misma forma,
dando respuesta a sus dudas, enseñamos a nuestro hijo que estamos ahí para informarle, aconsejarle y ofrecerle todo nuestro apoyo. No debemos
olvidar que la comunicación entre padres e hijos es fundamental, y que si el
niño ve que sus preguntas no obtienen respuestas, seguramente vaya a informarse
por otras fuentes como amigos, revistas e Internet, pudiendo a veces dar con la
respuesta equivocada o quedándose aún más confuso. Es muy difícil que como
padres controlemos la información que nuestro hijo recibe en su día a día, pero
si fomentamos una buena comunicación, podremos enseñarle a procesar y asimilar
esa información de una manera acorde a los valores que queremos transmitirles
con nuestra educación.
Magdalena
Sáenz Valls
Alicia
Martín Pérez
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