El perfeccionismo, ¿virtud o defecto?
Según la Real
Academia Española perfeccionismo viene de perfección e –ismo y lo define como la “tendencia a mejorar
indefinidamente un trabajo sin decidirse a considerarlo acabado”.
La perfección podría ser vista como un objetivo noble y digno. Sin
embargo, es como la luna, tiene dos caras. La cara brillante ejerce su fuerza
de atracción utilizando el reclamo de que si alcanzamos la excelencia demostraremos
a los demás que somos exitosos, valiosos y, por tanto, dignos de ser queridos y
aceptados.
Pero la perfección tiene una cara oscura, una cara que sólo pueden ver
los que se han aproximado demasiado, atraídos por esta falsa promesa. En el
lado oculto hay un agujero negro que absorbe la energía de la persona, que la
llena de miedos hacia sí misma y hacia los demás, que boicotea su
funcionamiento normal con pensamientos y emociones desadaptativos. Es el lado
en el que la posibilidad de cometer un error se convierte en una catástrofe, en
el que nada es suficiente. A esto se añade una voz crítica, un autodiálogo
negativo hiperexigente que provoca dudas y confusión, y la sensación de ser un
impostor cuando se consigue algún logro. Los
fracasos, percibidos o reales, no son reconocidos públicamente y el
perfeccionista los rumia durante horas, buscando las posibles formas de haberlo
hecho mejor, generando una gran desconfianza en uno mismo. Cuando esto ocurre
pueden aparecer manifestaciones clínicas como ansiedad y/o ataques de pánico, depresión, fobias,
bloqueos.
El perfeccionista se fija metas que están fuera
de su alcance utilizando un estándar excesivamente elevado para sí mismo, y
veces para los demás. Cualquier cosa menos que perfecta es rechazada y anulada.
El remedio a cualquier contratiempo o insatisfacción consiste en trabajar más
duro, aumentando continuamente la apuesta, sin percibir que, en realidad, está
preparando el camino al fracaso. No existe tal cosa llamada perfección.
Sencillamente se coloca en un “escenario de no ganar” ya que sus ambiciones son
inalcanzables.
La perfección, como la felicidad, no deberían nunca convertirse en una
meta en sí mismas ya que no son medibles ni objetivables. Son estados y, por
tanto, efímeros y subjetivos. Lo que para mí es perfecto, para otra persona no
lo va a ser. Teniendo en cuenta todo lo anterior, sugerimos algunas medidas para
superar el perfeccionismo:
- Reconocer que nunca nos libraremos 100% de ser perfeccionistas.
- Ser realista con el establecimiento de metas y acciones. Darse cuenta de que el camino no puede ser recto y perfecto. Lo importante es dirigirse en una dirección positiva y bien intencionada.
- Ante la voz crítica ("no merezco esto", “yo no valgo”,…), cultivar la autocompasión y el autorreconocimiento.
- Ser más justo y flexible con uno mismo.
- Celebrar el logro y el éxito en lugar de simplemente pasar a la siguiente meta o acción.
- Recompensar los esfuerzos por alcanzar metas.
- Reconocer y trabajar los miedos y las creencias que impiden el progreso: ¿qué miedo está debajo de esa capa de perfección? ¿el miedo al ridículo, el miedo a no ser valorado,…?.
- Apreciar que el fracaso es una fuente de aprendizaje.
- Apreciar que el éxito no equivale a perfecto.
En definitiva, cuidarse de hacer bien las cosas, teniendo en cuenta que cualquier virtud llevada al extremo se convierte en defecto.
Son
muchos los casos en que los psicólogos trabajamos con personas que tienen este
perfil y que se manifiesta en múltiples dificultades personales. Si considera
que su perfeccionismo le está causando problemas no dude en consultar con un
profesional, le ayudará a reconducir sus recursos liberándose de las
consecuencias negativas.
Sara
Olavarrieta Bernardino. Doctora en Psicología
Alicia
Martín Pérez. Psicóloga Clínica
AMP
Psicólogos. www.psicologsaranjuez.com
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