En la edad adulta son frecuentes las demandas por alcanzar o superar determinados estándares, estableciéndose objetivos, récords, que pueden suponer diferencias significativas en el reconocimiento y éxito en la profesión.
La necesidad de aprobación hace que seamos susceptibles a las consecuencias que nuestras conductas tienen en los demás y resulta un fuerte motivador para poner empeño en conseguir mejores resultados.
Pero desear conseguir un alto rendimiento no es lo mismo que ser víctima del perfeccionismo, aunque ambos patrones pueden tener ciertas vinculaciones comunes. En el primer caso se trata de una actitud saludable necesaria para rendir de manera efectiva en nuestro entorno. Así, el aprobar un curso, los descubrimientos de la humanidad, el éxito musical o deportivo, no se daría si no existiera un compromiso con traspasar los propios límites y mejorar.
Sin embargo, este patrón puede derivar en una tendencia a mejorar indefinidamente un trabajo sin llegar a considerarlo nunca acabado, esta es la definición de perfeccionismo (RAE). El perfeccionista llega a “considerar inaceptable todo aquello que no ve perfecto, establece estándares que van más allá del alcance o la razón y se fuerza de manera compulsiva a conseguir metas imposibles “(Burns, 1980b).
Hay muchas formas de perfeccionismo que no siempre se dan juntas: podemos hablar del orientado hacia uno mismo, el orientado hacia los demás o el centrado en las normas sociales. La cuestión es que en todos los casos se vive con un gran sufrimiento, algunas de las consecuencias del perfeccionismo son: excesiva preocupación por los errores, dudas continuas en la toma de decisiones, baja valoración de uno mismo o de los demás, necesidad extrema de organización o planificación, intolerancia a los cambios, actitud excesivamente crítica, postergación de trabajos, evitación de responsabilidades, entre otras.
El perfeccionista puede llegar a conseguir justo lo contrario de lo que pretende ya que en muchas ocasiones el malestar que le genera enfrentarse a la realidad, nunca perfecta, le impide ser eficiente en aquello que se propone. Podemos definir dos perfiles extremos, aquellos que no se enfrentan a las cosas por miedo a no hacerlo suficientemente bien o aquellos que dedican tal esfuerzo que no encuentran satisfacción en casi nada de lo que hacen por el elevado coste que tiene conseguir el grado de perfección que buscan.
Pretender mejorar, hacer las cosas bien, aprender, es sano, pero si te sientes identificado con algunas de las características señaladas, si percibes que tu entorno aprueba determinadas cosas y a ti no te parece suficiente, si notas que tu esfuerzo no es recompensado, si te sientes mal cuando no puedes tener algo todo lo bien que te gustaría, si tu estado de ánimo fluctúa significativamente en función de los puntos anteriores, quizá seas víctima del perfeccionismo.
Las características de este artículo no permiten hacer un abordaje profundo de como librarnos de estos patrones, pero si una recomendación, trata de utilizar tus propios recursos de exigencia para bajar tu estándar un 10% en lugar de para esforzarte más y más. Prueba primero con algo que no sea especialmente relevante y ve ampliándolo a otros ámbitos de tu vida.
Gracias por leerme.
Alicia Martín Pérez. Psicóloga Clínica
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