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lunes, 18 de julio de 2022

EL PERFECCIONISMO




 

La mayoría de las personas son invitadas a mejorar desde que comienzan las interacciones con el entorno cercano. En casa, y después en la escuela, se evalúa continuamente lo que está bien hecho o no, estableciéndose recompensas o castigos en función de ello. Además, se enseña como corregir errores y se premian los intentos de mejora.

En la edad adulta son frecuentes las demandas por alcanzar o superar determinados estándares, estableciéndose objetivos, récords, que pueden suponer diferencias significativas en el reconocimiento y éxito en la profesión.

La necesidad de aprobación hace que seamos susceptibles a las consecuencias que nuestras conductas tienen en los demás y resulta un fuerte motivador para poner empeño en conseguir mejores resultados.

Pero desear conseguir un alto rendimiento no es lo mismo que ser víctima del perfeccionismo, aunque ambos patrones pueden tener ciertas vinculaciones comunes. En el primer caso se trata de una actitud saludable necesaria para rendir de manera efectiva en nuestro entorno. Así, el aprobar un curso, los descubrimientos de la humanidad, el éxito musical o deportivo, no se daría si no existiera un compromiso con traspasar los propios límites y mejorar.

Sin embargo, este patrón puede derivar en una tendencia a mejorar indefinidamente un trabajo sin llegar a considerarlo nunca acabado, esta es la definición de perfeccionismo (RAE). El perfeccionista llega a “considerar inaceptable todo aquello que no ve perfecto, establece estándares que van más allá del alcance o la razón y se fuerza de manera compulsiva a conseguir metas imposibles “(Burns, 1980b).

Hay muchas formas de perfeccionismo que no siempre se dan juntas: podemos hablar del orientado hacia uno mismo, el orientado hacia los demás o el centrado en las normas sociales. La cuestión es que en todos los casos se vive con un gran sufrimiento, algunas de las consecuencias del perfeccionismo son: excesiva preocupación por los errores, dudas continuas en la toma de decisiones, baja valoración de uno mismo o de los demás, necesidad extrema de organización o planificación, intolerancia a los cambios, actitud excesivamente crítica, postergación de trabajos, evitación de responsabilidades, entre otras.

El perfeccionista puede llegar a conseguir justo lo contrario de lo que pretende ya que en muchas ocasiones el malestar que le genera enfrentarse a la realidad, nunca perfecta, le impide ser eficiente en aquello que se propone. Podemos definir dos perfiles extremos, aquellos que no se enfrentan a las cosas por miedo a no hacerlo suficientemente bien o aquellos que dedican tal esfuerzo que no encuentran satisfacción en casi nada de lo que hacen por el elevado coste que tiene conseguir el grado de perfección que buscan.

Pretender mejorar, hacer las cosas bien, aprender, es sano, pero si te sientes identificado con algunas de las características señaladas, si percibes que tu entorno aprueba determinadas cosas y a ti no te parece suficiente, si notas que tu esfuerzo no es recompensado, si te sientes mal cuando no puedes tener algo todo lo bien que te gustaría, si tu estado de ánimo fluctúa significativamente en función de los puntos anteriores, quizá seas víctima del perfeccionismo.

            Las características de este artículo no permiten hacer un abordaje profundo de como librarnos de estos patrones, pero si una recomendación, trata de utilizar tus propios recursos de exigencia para bajar tu estándar un 10% en lugar de para esforzarte más y más. Prueba primero con algo que no sea especialmente relevante y ve ampliándolo a otros ámbitos de tu vida.

Gracias por leerme.

Alicia Martín Pérez. Psicóloga Clínica

miércoles, 2 de octubre de 2019

NECESIDAD DE APROBACIÓN


A la mayoría de las personas nos gusta recibir el aprecio de los demás y ser valorados positivamente por nuestro entorno. Esta cualidad cumple una importante función social, ya que nos permite aprender a identificar los estados emocionales de otros, sus necesidades y preferencias y actuar en consecuencia, facilitando las interacciones sanas, la ayuda, cuando es necesaria, generando bienestar tanto en los demás como en nosotros mismos.

Sin embargo, en ocasiones la aprobación se experimenta como una necesidad que condiciona nuestra vida, que nos obliga a anteponer las opiniones o intereses de los otros a nuestros propios criterios. 

Algunas señales que pueden indicar que se es víctima de la necesidad de aprobación son las siguientes:

·      Dificultad en tomar decisiones por temor a que los demás no estén de acuerdo o no les guste.
·      Cambiar de opinión en función del interlocutor.
·      Preocupación excesiva o enfado cuando alguien muestra desacuerdo.
·      Malestar en situaciones sociales y tendencia a permanecer callado por no sentirse a “la altura”.
·      Perfeccionismo.
·      Anteponer los intereses de los demás a los propios.
·      Preocupación excesiva por la imagen, cuidado en las formas, que hace perder espontaneidad y naturalidad.
·      Preocupación por lo que los demás piensen o digan de uno.
·      Rumiaciones sobre las conversaciones mantenidas para comprobar si el comportamiento ha sido adecuado.
·      Identificación de las críticas o desacuerdos como rechazos.
·      Evitación de situaciones en que se piense que los demás van a estar especialmente pendientes.
·      Incapacidad para “decir NO”, ante peticiones de los demás aunque supongan una seria limitación en el cumplimiento los propios intereses.

Tras estas actitudes se esconde el miedo al rechazo, la baja autoestima, la inseguridad y una serie de pensamientos negativos sobre uno mismo, sobre el juico que los otros pueden hacer y sobre las terribles consecuencias que pueden derivarse de no agradar a todo el mundo. Es importante recordar que:

o   Cada persona es diferente, esto supone un enriquecimiento y una fuente de aprendizaje. Acepta la diferencia.
o   Que alguien muestre discrepancia o haga una crítica, solo significa que no está de acuerdo con algo, NO que te rechace como persona. Además, si alguien muestra rechazo abiertamente, tal vez, no merece la pena.
o   No podemos gustar a todo el mundo, por mucho que hagamos.
o   Nadie es más que nadie.
o   Las personas espontáneas y abiertas reciben más aprobación.
o   Al buscar gustar a todo el mundo nos perdemos a nosotros mismo.
o   La felicidad depende de uno mismo, no de lo que los demás piensen.
o   Es importante cuidar bien a los demás, nuestro aspecto, las normas del grupo, pero sin olvidarse de uno mismo.

Alicia Martín Pérez. Psicóloga Clínica