La ruptura de pareja es una de las experiencias más dolorosas que
pueden sufrir los seres humanos. Los estudios indican que después de la muerte
de un ser querido es el acontecimiento más estresante en la vida de las
personas, a la gestión de múltiples aspectos de reordenación de la vida
cotidiana se suma el manejo de la revolución emocional que supone la adaptación
a la nueva situación.
Cuando
la separación es un hecho y no hay vuelta atrás, se hace prioritario prestar
atención adecuada a los hijos para minimizar el impacto de la ruptura. Nadie
mejor que los padres para ayudar a sus hijos a comprender la situación, dar
respuestas y tranquilidad.
La separación es siempre para los hijos una experiencia diferente que
para los padres: la familia en la cual los niños nacieron, crecieron y vivieron
toda su vida cambia sustancialmente. Con sus imperfecciones, se trata de la
entidad que les brinda el apoyo y la seguridad que necesitan. Al percibir los
cambios, pueden aparecer preocupaciones e inseguridad acerca de su futuro.
Es importante tener en cuenta que la pareja no se divorcia de sus
hijos, ni entre sí como padres. El divorcio disuelve el vínculo conyugal que
une legalmente a los padres, pero conserva el vínculo parental que los une cómo
padres. Esta disolución implica la transformación de la familia nuclear
original - constituida por padres e hijos - en una familia con una estructura
diferente: la familia binuclear, con dos núcleos representados por la casa de
la mamá y la casa del papá. Este tipo de configuración familiar requiere para
ser viable, el ejercicio conjunto de la parentalidad o coparentalidad. Es
decir, la familia mantendrá un funcionamiento óptimo en tanto que los padres
cumplan conjuntamente las funciones de crianza.
Las reacciones y sentimientos de los niños frente a la separación de
sus padres dependen de diferentes factores: edad, explicaciones recibidas,
continuidad de la relación con ambos progenitores, acuerdos o desacuerdos entre
los padres, grado de hostilidad entre los mismos, intervención de otros adultos
o sistemas, etc.
Es común que los niños esperen la reconciliación durante varios años,
así como que se crean responsables del divorcio, como si hubieran hecho algo
malo.
Los más pequeños, antes de los 6 años, pueden desarrollar:
- Conductas regresivas, como orinarse en la cama, succionar el pulgar, hablar como bebé o portarse mal.
- Miedo a no ver más al padre que se va de la casa o a que el otro lo abandone.
- Miedo a que los padres dejen de quererlo, o que pueda ser rechazado.
- Emociones negativas: enfado, tristeza, depresión, culpabilidad.
Cuando son más mayores, a partir de los ocho años, pueden:
- Idealizar al padre ausente y agredir a aquél con el cual conviven, o a la inversa.
- Sentir que sus padres los han traicionado.
- Anhelar volver a unir a sus padres.
- Distraerse con facilidad.
- En ocasiones, convertirse en "cuidadores" de un padre (generalmente al que ven más sólo o más débil) o asumir un rol parental en el hogar.
- Manifestar síntomas físicos (vómitos, dolor de cabeza, de tripa).
- Presentar problemas de conducta: mentiras, manipulaciones, agresiones…
- Tener conductas manipuladoras y aprovechar las fisuras entre los adultos para satisfacer sus caprichos.
En la adolescencia, pueden aparecer
las siguientes reacciones:
- Sentimientos de enfado bien hacia los padres o hacia sí mismos.
- Sensación de desequilibrio en su identidad, es la edad fundamental de adquisición de identidad propia y la separación de los padres puede suponer una interferencia en este proceso.
- Las manifestaciones depresivas. A menudo se presentan enmascaradas bajo apariencia de trastornos somáticos: cefalalgias, lumbalgias, etc.
- Profundo sentimiento de pérdida, que puede manifestarse con una sensación de vacío, dificultad para concentrarse, fatiga crónica, pensamientos recurrentes o pesadillas.
- Establecimiento de alianzas con un progenitor, a veces en contra del otro.
En estas circunstancias, hay algunas orientaciones que pueden resultar útiles:
- Hablar con los niños de la separación con términos que puedan entender según su edad y madurez: es importante que se haga énfasis en la idea de que la separación de los padres no implica una separación de ellos con respecto a los niños. El que los padres se divorcien no quiere decir que dejen de querer a sus hijos, ni que los vayan a dejar de querer nunca. Repetir esta idea y demostrarla tantas veces como sea necesario.
- Explicar a los niños las condiciones de la custodia, la organización del tiempo con cada progenitor y otros cambios que sucederán. Es importante tratar de conservar estables tantos aspectos de la vida de sus hijos como sea posible.
- Atender a las emociones negativas que los niños puedan presentar en relación con la separación. Escucharlos y permitirles expresar su tristeza y enfado. También es necesario que los niños entiendan que no son responsables del divorcio, y por lo tanto tampoco pueden hacer nada para favorecer una reconciliación entre los padres.
- No involucrar a los niños en disputas conyugales y no hablar mal del otro padre en su presencia.
En resumen, ante una separación, es importante que los padres estén
atentos a la reacción de sus hijos, tanto a nivel emocional como a nivel
conductual, y que tomen las decisiones que mejor favorezcan la asimilación
saludable de este cambio tan importante para todos.
Magdalena Sáenz Valls
Alicia
Martín Pérez
AMP
Psicólogos
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