Si pensamos en la vida diaria de nuestra familia, seguramente nos vienen a la cabeza recuerdos de situaciones muy diversas. Por una parte, encuentros entrañables compartidos con seres queridos y con los cuales los vínculos afectivos y personales proporcionan una confianza y sentimientos especiales. Por otra, momentos de dificultad en los que la convivencia, el entendimiento de unos con otros y el manejo de las emociones se convierte en un auténtico reto.
Desde que comenzamos a relacionarnos con otros, empezamos a percibir la complejidad que se esconde detrás de la comunicación entre las personas. Sin embargo, al convertirnos en padres, tomamos además conciencia de la dificultad educar y enseñar a nuestros hijos en este sentido.
La inteligencia emocional es la capacidad de una persona para manejar una serie de habilidades y actitudes entre las que se incluyen la conciencia de uno mismo, la capacidad para identificar, expresar y controlar los sentimientos; la habilidad de controlar los impulsos y posponer la gratificación así como la capacidad de manejar la tensión y la ansiedad. Algunas de estas habilidades son personales, es decir, afectan al mundo íntimo y privado de la persona. Otras conciernen a la esfera interpersonal, al contacto de un tú y un yo, y al mágico momento del encuentro entre dos seres que quieren comunicarse.
Conocer y gestionar las emociones es un pilar clave para poder generar salud emocional en nuestros hijos, proporcionándoles un soporte estable y seguro sobre el que asentar su madurez evolutiva, factor protector de numerosos problemas en los jóvenes. En este sentido, los padres que se muestran competentes en el manejo de sus emociones así como sensibles a las necesidades de los hijos contribuyen positivamente a establecer en ellos una sensación de seguridad y un fundamento seguro sobre el que apoyarse cuando se encuentran mal y necesitan atención, amor y consuelo.
Problemas de alcohol y drogas, retrasos en el aprendizaje, trastornos de alimentación, etc. están muchas veces vinculados a situaciones familiares adversas y estilos educativos insensibles, pasivos o contradictorios por parte de los padres.
El autocontrol emocional supone reconocer, dirigir y canalizar las reacciones emocionales intensas. El objetivo consiste en mantenerse en un clima donde las emociones no lleguen a traducirse en una conducta indeseada. El proceso consta de diferentes partes, que es interesante tener en cuenta como objetivos de una educación emocional adecuada:
- Tomar conciencia y dar nombre a la emoción que se está experimentando. La dimensión emocional forma parte del día a día de todos, tanto es así que con frecuencia tratamos de expresar y compartir nuestros estados internos o sensaciones, sin saber muy bien cómo hacerlo. Cuanto más próximos estemos en la definición de un sentimiento, mejor será la conciencia que de éste logremos, aumentando la capacidad de gestionarlo de manera saludable. Este paso, aparentemente obvio, es muy útil para que la persona pueda adueñarse de su propio sentimiento, evitando entrar en generalizaciones o descripciones muy vagas de lo que experimentamos.
- Integrar el sentimiento y elaborar una conducta deseada, acorde con nuestras motivaciones. La clave de la inteligencia emocional no es la de conducir los sentimientos hacia la represión o disminución de su poder motivador, sino en actuar en base a ellos de acuerdo con nuestros valores, deseos y finalidades personales, especialmente cuando nos encontramos en situación de tener que tomar decisiones significativas que afectan a otras personas importantes de nuestro entorno, como puede ser nuestra familia y nuestros hijos.
A continuación, presentamos unas sencillas pautas que pueden ayudar en situaciones concretas a educar en el autocontrol emocional:
1. Hacer de modelo. No podemos ignorar el importante potencial educativo que tiene nuestra forma de actuar para nuestros hijos. En este sentido, no es demasiado lógico pedirles que muestren autocontrol emocional si nosotros no lo hacemos.
2. Detectar y conocer emociones: enriquecer el vocabulario emocional del niño, ayudarle a reconocer emociones y sentimientos, y ponerles nombre, favorece enormemente la gestión que pueda hacer de ellos. Transmitirle que los sentimientos no son malos, ni buenos. Son reacciones naturales a situaciones o pensamientos que tenemos. No debemos negarlos. No son inadecuados, lo inadecuado puede ser su intensidad o su forma de expresarlos, y eso se puede controlar. Los sentimientos negativos son una señal de problema, que hay que analizar y solucionar.
3. Enseñar habilidades nuevas: La relajación, la respiración y las técnicas para reducir el estrés ante los sentimientos negativos ayudan a los niños a tomar decisiones más adecuadas.
4. Enseñar a esperar: Uno de los problemas más habituales es actuar de forma precipitada. Como padres podemos enseñar a nuestros hijos a ir despacio y recompensarles por ello.
5. Enseñar a renunciar: educar la tolerancia a la frustración. Esta habilidad es especialmente importante ya que suele ocasionar mucho malestar en niños y adultos que no son capaces de aceptar que las cosas no salgan como ellos tenían previsto. Las personas que muestran una alta tolerancia a la frustración son capaces de sobreponerse con más facilidad a los contratiempos, encontrando aceptables alternativas que inicialmente no eran de su elección.
La educación para la gestión adecuada de emociones supone un predictor de éxito en el futuro de nuestros hijos. Aplicando unas sencillas indicaciones podemos mejorar el ajuste emocional y la calidad de vida familiar.
Magdalena Sáenz Valls
Alicia Martín Pérez
AMP Psicólogos Aranjuez
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