lunes, 4 de mayo de 2015

MATERNIDAD SIN ESTRÉS


La llegada de un bebé es motivo de alegría e ilusión pero también implica una serie de cambios muy importantes a nivel físico, psíquico, emocional, familiar y de organización de la vida cotidiana, lo que puede suponer una gran dosis de estrés.

 

El estrés es una reacción del organismo ante determinados cambios que exigen una serie de recursos. Cuando el estrés es demasiado intenso y dura demasiado tiempo, puede llegar a convertirse en un problema, impidiendo que afrontemos adecuadamente nuestros quehaceres y afectando a nuestra salud. Puede aparecer cansancio, irritabilidad, problemas de concentración, insomnio, dolores de cabeza, dolores musculares, problemas digestivos, cardiacos, del sistema inmune…

 

La maternidad puede llevar a los padres, y especialmente a la madre, a sentir estrés. El bebé puede detectar este estado emocional negativo en sus padres y llevarle a estar irritado, nervioso, llorar más, dormir peor… agravando el problema.

 

Es muy habitual que las mujeres con hijos y, sobre todo, las que tienen que conciliar vida familiar y profesional, se definan a sí mismas como “estresadas”.

Cuando nos exigimos demasiado, empiezan a aparecer pensamientos como “no puedo con todo”, “no me da tiempo”, “lo hago todo mal”, “no puedo más” y pueden ir seguidos por un sentimiento de culpa en la madre y más ansiedad. Todo esto, además,  puede suponer el caldo de cultivo para problemas en la relación de pareja.

 

Hay momentos en que es adecuado revisar nuestras actitudes. A veces, bajo el estrés de la maternidad, aparecen ideas irracionales que nos obligan a ser perfectas y a cumplir absolutamente con todo. Estas mismas ideas nos hacen descuidarnos a nosotras mismas y pueden acabar conduciéndonos al agotamiento,  la ansiedad,  la falta de autoestima, a sentimientos de rechazo hacia nuestro hijo y a problemas de pareja.

 

Ser madre es mucho más que hacer sacrificios. Fijarse en lo positivo que tiene y cuidarse una misma es fundamental. No podremos atender adecuadamente de nuestro bebé si nosotras no nos cuidamos primero. Es importante darnos cuenta de que el auto-cuidado no es egoísmo.

Encontrar el equilibrio entre atender plenamente a nuestro bebé y satisfacer nuestras propias necesidades es clave para no sentirnos sobrepasadas, irritadas y tristes, pudiendo así, disfrutar verdaderamente de nuestro hijo y de la maternidad.

 

Ofrecemos ahora unas pautas para evitar o disminuir el estrés de la maternidad:



  • Descansa: aunque durante el día no logremos dormir, tumbarnos un rato, cerrar los ojos y respirar profundamente nos ayuda a relajarnos. Es una buena idea tratar de dormir o descansar cuando el bebé también lo haga.
  • Come adecuadamente: tener una dieta equilibrada, evitar los estimulantes y el alcohol también nos ayudará a sentirnos mejor.
  • Haz algo de ejercicio: intentar andar una hora al día. Podemos aprovechar para darle un paseo al niño y hacer algunos recados.
  • No te quedes en casa. sigue realizando todas las actividades habituales posibles, llevándote a tú bebé a todos lados.
  • Cuida tu vida social: puedes quedar con otras mamás o quedar en casa de amigos llevándote a tu bebé. Es sano para el niño acostumbrarse a estar bien en distintos entornos.
  • Deja algo de tiempo para ti misma: es una necesidad, no es egoísmo. Pídele a tu pareja que se encargue del bebé y dedícate un rato al día a darte un baño, ponerte una mascarilla, leer un libro, salir de compras, caminar o simplemente poner tu cabeza en orden.
  • Reserva algo de tiempo para compartir a solas con tu pareja.
  • Expresa tus sentimientos: hablar con tus amigas, con tu pareja o con otras madres te ayudará a sentirte mejor y a enfocar los problemas con más perspectiva.
  • Busca ayuda: no tienes por qué hacerlo todo sola. Busca a alguien que te ayude con las tareas de la casa, con el bebé o con cualquier otra cosa que necesites. Pide ayuda a tu pareja, a algún familiar o a algún amigo.
  • Prioriza y reduce las exigencias externas, sobre todo durante el primer año. No todo es importante.
  • Involucra a tu pareja y a los demás hijos (si los tienes) en las tareas de cuidado del niño y en las labores domésticas, en función de sus capacidades.
  • Olvida la autoexigencia y el perfeccionismo: aprende a poner límites y no intentes abarcarlo todo.

 

 

 

Paloma Suárez Valero

Alicia Martín Pérez

www.psicologosaranjuez.com

lunes, 9 de marzo de 2015

No es tarde para arreglar el curso

En este momento del curso, acabando la segunda evaluación, muchos estudiantes hacen un balance de sus resultados hasta el momento y, en ocasiones, esto les sirve para hacer predicciones sobre los resultados a final de curso. En el caso de alumnos que han obtenido buenas calificaciones en la primera evaluación y que siguen en una buena línea en esta segunda, normalmente suelen tener la expectativa de que el curso está encaminado y que si trabajan de la misma forma que lo han hecho hasta ahora, entonces los resultados serán buenos. De la misma forma, en alumnos cuyos resultados no han sido buenos en la primera evaluación y que han continuado algo perdidos en esta segunda, en este momento se suele empezar a vislumbrar la posibilidad de no ser capaz de hacer nada para arreglar la situación y a contemplar el fracaso a final de curso como una opción más que probable.

Lo que sucede con este tipo de pensamientos tan habituales, es que no sólo son muy desagradables para quien los presenta, sino que además no conducen a buscar soluciones al problema y ocasionan una merma importantísima en la tan necesaria motivación. Además, es importante recordar, tanto a estudiantes como a padres, que prácticamente a mitad de curso no tiene demasiada lógica anticipar un resultado final negativo. Aún hay mucho margen para la mejoría.

Si se opta por hacer un esfuerzo para cambiar la situación, lo primero que hay que hacer es reflexionar sobre las estrategias que se han empleado hasta el momento con el objetivo de detectar lo que está fallando. Para este propósito, os explicaremos a continuación una serie de claves que ayudan a lograr el éxito académico, y os proponemos incorporarlas a vuestro sistema de trabajo.

Tenemos que empezar por mejorar en lo más básico y fundamental: recordemos que unos buenos resultados en los estudios dependen en gran medida de una buena planificación. Los estudiantes que destacan no son habitualmente los más inteligentes, sino aquellos que saben planificar su trabajo, aplican un buen método de estudio, están motivados y tienen confianza en sí mismos.

La planificación del estudio permite obtener mejores resultados y hacer más llevaderos los estudios, evitando en gran medida los temidos momentos de agobio a última hora. 

Una buena forma de planificar el estudio consiste en responder a las siguientes preguntas: 
¿Qué material hay que dominar perfectamente de cara a los exámenes?
¿Qué esfuerzo hay que realizar para lograr este nivel de conocimiento?
¿De cuanto tiempo se dispone? 
Y en función de las respuestas a las preguntas anteriores: 
¿Qué esfuerzo hay que realizar para llegar a los exámenes bien preparado? 

Con la información que nos aporten las respuestas a dichas preguntas, resulta muy útil tomar un calendario y señalar las fechas de los exámenes y en función de dichos días, fijar las fechas orientativas para el comienzo del estudio de cada una de las asignaturas. Hay que ser muy rigurosos con el cumplimiento de estos plazos ya que de ello dependerá que lleguemos al día del examen con la asignatura preparada.

Una vez hecho el plan de estudio, comienza la parte que algunos estudiantes encuentran más difícil, cumplirlo. Para lograrlo, os recomendamos que os fijéis objetivos muy a corto plazo. Cada semana cuenta y lograré mi objetivo final si en el día a día voy alcanzando las metas que me propongo. Mirar demasiado a largo plazo nos despista de las tareas del presente, y por otro lado, con tanto por hacer, puede resultar agobiante y desmotivador. Así pues, lo más eficaz es centrar mi atención en el día a día, plantearme objetivos semanales y recompensarme adecuadamente cuando los consigo. Introducir estos cambios no es sencillo, supone un esfuerzo y es importante saber valorarlo de forma positiva.


Siguiendo estas sencillas pautas con constancia y un mínimo de compromiso, podemos lograr cambios importantes en el rumbo del curso. No tiene sentido darlo por perdido en este momento, aún quedan muchas semanas y con la motivación y estrategia adecuada, es realmente posible actuar para marcar una diferencia.

Magdalena Sáenz Valls
Alicia Martín Pérez
AMP Psicólogos Aranjuez

lunes, 9 de febrero de 2015

CÓMO MANTENER LA LLAMA EN NUESTRA RELACIÓN DE PAREJA


“Estoy enamorado como el primer día”. Hemos escuchado esta frase en muchas ocasiones o incluso la hemos pronunciado pero, ¿realmente es así?. Cualquier sentimiento va evolucionando con el paso del tiempo y esto mismo ocurre con el sentimiento amoroso.

En un primer momento, todos nuestros pensamientos y energías se vuelcan en el objeto de nuestro amor. La pasión y las ganas de estar junto al otro son enormes. Nos cuesta mantener la concentración en otras cosas y dedicamos a la pareja la mayor cantidad de tiempo posible.

Con el tiempo, la intensidad de estas experiencias disminuye y recuperamos de nuevo la normalidad. Este cambio resulta necesario y es muy adaptativo ya que, si no se produjera, dejaríamos de cuidar otros aspectos muy importantes de nuestra vida como el trabajo, los amigos, la familia o nuestras aficiones.

Así pues, la pasión disminuye en cierta medida pero  la confianza, la intimidad y el compromiso se hacen más fuertes.

 

No obstante,  la rutina diaria, nuestras actividades cotidianas o el ritmo de vida vertiginoso en el que vivimos, no debe impidedirnos seguir alimentando la “llama” en nuestra relación de pareja. Por ello, os hago las siguientes sugerencias:

 

  • Dedicar un espacio y un tiempo exclusivo a nuestra pareja cada día: establecer espacios exclusivos para la relación y el amor. Además de cumplir con las obligaciones laborales, con los amigos, con las distintas actividades… reservar momentos para la pareja la enriquece y prolonga el romance.

  • Buscar actividades nuevas y diferentes para compartir con la pareja: es una forma de acabar con la rutina y aumenta la motivación. También es buena idea incluir a la pareja en algunas de las cosas que nos interesan y viceversa.
     
  • Promover la comunicación: hablar sobre necesidades, deseos, ilusiones, preocupaciones… es un aspecto fundamental dentro de la dinámica de una relación.
     
  • Favorecer la calidez afectiva: las parejas se sustentan fundamentalmente en el afecto. Así pues, es importante cuidar las palabras cariñosas que le dirigimos al otro, besar y cuidar determinados gestos y detalles.
    Podemos también aprovechar las fechas señaladas, como aniversarios,  ya que son una oportunidad para hacer algo distinto a lo de siempre. Si jugamos con la imaginación, ayudamos a que el encanto y la pasión no decaigan.
     
  • Facilitar el contacto físico: cuidar el aspecto personal, preparar un entorno adecuado, seducir al otro…son elementos que facilitan el encuentro y el pasarlo bien en compañía de nuestro compañero/a. No se trata tanto de acabar manteniendo relaciones sexuales como de disfrutar de un contacto mutuamente gratificante. Si esto deriva en una relación sexual deseada por los dos será algo bueno pero no es el objetivo último.



  • Cuidar de nosotros mismos: cuidar nuestro aspecto físico, alimentarnos y descansar adecuadamente, dedicar un tiempo a lo que nos hace sentir bien… nos ayuda a tener una buena autoestima, enriquece a nuestra pareja, hace que gustemos más a los demás y que resultemos más interesantes.

 

 

 

Paloma Suárez Valero.

Alicia Martín Pérez.

AMP Psicólogos.

www.psicólogosaranjuez.com

miércoles, 7 de enero de 2015

EXIGIR POSITIVAMENTE A NUESTROS HIJOS

Uno de los objetivos principales que normalmente nos planteamos las madres y los padres es que nuestros hijos e hijas vayan integrándose en los diversos ámbitos de la vida, conociendo sus deberes y derechos, y alcanzando una madurez y responsabilidad progresivas. Educar con este planteamiento va a evitar situaciones de dependencia, inmadurez social e inseguridad. 

A menudo, escuchamos a padres y madres afirmar que quieren que sus hijos sean felices, y sin ser conscientes de ello, tratan de satisfacer este fin evitándoles las dificultades que encuentran, anticipándose a sus deseos, dándoles cuanto piden o cediendo ante cualquier resistencia o contrariedad. Estas actuaciones en un momento inicial suponen para el niño/a una satisfacción, sin embargo a medio y largo plazo pueden convertirse en obstáculos que dificulten su desarrollo y la adquisición de la responsabilidad.

En otras ocasiones, nos encontramos con muchas dificultades por parte de los padres para enseñar disciplina a sus hijos. En este sentido es importante aprender a manejar adecuadamente la autoridad con los niños. Las normas de nuestro hogar tienen que ser pocas, claras y bien comprendidas. Es decir, el niño/a tiene que saber lo que debe o no debe hacer, así como las consecuencias de incumplir lo acordado.

Es fundamental dictar las normas desde el afecto y no dejándose llevar por el nerviosismo del momento, el capricho o el interés por dominar al niño/a. Deben formularse de manera positiva, no a modo de decálogo de prohibiciones y deben ser razonadas, para que nuestros hijos e hijas comprendan los motivos de éstas y para que piensen y decidan por sí mismos sin necesidad de órdenes impositivas.

Estas ideas se recogen en el modelo educativo de exigencia positiva, que se fundamenta en 4 pilares básicos:

  1. Los padres deben abundar en elogios, felicitar con frecuencia a su hijo tanto por lo hace bien como por que intenta hacer bien; por ejemplo, el niño va a ser felicitado tanto si ha hecho su cama perfectamente como por el simple hecho de haberla intentado hacer. Esta actitud fomenta su ilusión por hacer nuevas tareas y favorece su autoestima.
  2. Los padres deben exigir, con moderación, a sus hijos, velar por el cumplimiento de las normas familiares por parte del niño, siempre adaptadas a su edad o nivel de desarrollo. 
  3. Hay que corregir sin atacar a los niños. Cuando un niño está aprendiendo a hacer algo, no tiene porqué hacerlo bien a la primera, el adulto es el responsable de enseñarle cómo hacerlo (hacer de modelos e instructores) sin que el niño se sienta atemorizado, cuestionado, amenazado. Hay que desterrar las descalificaciones globales del tipo: "¡Ya sabía que lo ibas a hacer mal!" o "¡Eres un inútil!". Si algo no es correcto hay que descalificar la conducta inadecuada no a la persona. 
  4. La exigencia positiva considera que los padres deben tener en cuenta las capacidades del niño y permitirle arriesgarse, afrontar nuevas situaciones que le permitan conocer cuáles son sus límites. Además, deben ser tolerantes con los fracasos del niño y no coartarle, ante nuevas iniciativas, sino acompañarle para la realización o experimentación de nuevas situaciones. 

Aplicar en casa estas ideas puede parecer una complicada, pero puede aportar enormes beneficios a nivel familiar e individual en el niño. Se ha corroborado que los niños de padres que educan siguiendo este modelo están más felices consigo mismos, presentan mejor autoestima, autonomía y responsabilidad. Son más competentes socialmente, persisten en las tareas que emprenden consiguiendo mayores éxitos y presentan mejor autocontrol.

AMP Psicólogos
Magdalena Sáez Valls
Alicia Martín Pérez

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Navidades en familia

La llegada de la Navidad generalmente inspira emociones muy especiales en padres e hijos. Para los niños suele ser una época que esperan durante todo el año por la magia que la rodea, el protagonismo que se les otorga y la llegada de sorpresas y regalos. 
La Navidad, como toda festividad colectiva, ofrece al niño la oportunidad de adquirir un sentido de pertenencia a una familia, una historia y una cultura particular. Los encuentros familiares les posibilitan una esfera de interrelación entre las personas: la experiencia de tener una familia más extensa les aporta sensación de seguridad y protección. Es un paso más allá de papá y mamá, o de las relaciones que han establecido en el colegio.
También para los padres, la navidad suele ser una época especial, para celebrar en familia y disfrutar con actividades diferentes. Así mismo, no cabe duda de que, como todo momento de vacaciones, tienen que hacer frente a responsabilidades y tareas que no se plantean en otros momentos del año. Los niños pasan más tiempo en casa y es preciso dedicarles mayor atención. Además, estas fechas se asocian con la búsqueda y reparto de regalos, que en ocasiones puede llegar a generar cierto nivel de estrés. 
Especialmente en los últimos tiempos, debido a las dificultades económicas que atraviesan muchas familias en nuestro país, muchos padres se muestran preocupados por no poder afrontar el mismo gasto en regalos que en años anteriores, y se plantean cómo transmitir este hecho a sus hijos. En este sentido, lo más importante es afrontar la situación de la forma más natural posible: con la información adecuada los niños son capaces de gestionar esas pequeñas desilusiones, y pueden incluso aprender importantes valores de la vida como son el cariño y apoyo de nuestros seres queridos, la capacidad de disfrutar de los momentos buenos, aunque existan algunos problemas.
Quizás esta circunstancia puede acarrear alguna consecuencia positiva, como por ejemplo restablecer la idea de la navidad como un tiempo en el que el valor principal lo aporta el hecho de poder estar en familia y disfrutar de este tiempo juntos, sin que necesariamente tengan que estar presentes las compras excesivas. Podemos aprovechar estas fechas para enseñar valores, realizar actividades productivas y creativas, que ayuden a los niños a desarrollar otras capacidades que harán de ellos mejores personas.
Algunas sugerencias sencillas, divertidas y muy recomendables para compartir entre padres e hijos son las siguientes:
  • Cocinar con los niños: A los niños les divierte experimentar con diferentes texturas, olores y sabores. Se trata de una tarea de adultos que suele resultar atractiva para los más pequeños. Además puede convertirse en un buen regalo, hacer unas galletas de formas especiales para regalar a los abuelos, seguro que lo agradecerán.
  • Realizar manualidades: que pueden servir de regalo para otros miembros de la familia. 
  • Crear tarjetas de felicitación: Además de estimular la creatividad del niño, nos ayuda a dar una lección de generosidad. La Navidad es el momento por excelencia para enseñar la lección de dar, de recibir y ser agradecido.
  • Planear una representación teatral: Cuando las familias se reúnen los niños pueden aprovechar para preparar una representación en la que cada uno desarrollará un papel. A los niños les encanta sentirse protagonistas e interpretar otros personajes.
  • Cantar villancicos: A los niños les encanta cantar y la música tiene efectos muy beneficiosos en ellos. Además, a través de la música se pueden establecer nuevas formas de comunicación entre padres e hijos.
  • Leer juntos: Existen muchos cuentos e historias asociadas a la Navidad que se pueden compartir. 
  • Hacer un calendario familiar: Comienza el año y en todas las casas resulta muy útil tener un calendario. Una opción divertida puede ser elaborarlo entre todos. Llevará algo más de tiempo, pero será un entrañable recuerdo para rememorar durante los siguientes 365 días.
Estas son sólo algunas sencillas ideas que pueden servir como inspiración para padres que deseen hacer de estas fiestas algo diferente. Estas actividades nos brindan la oportunidad de acercarnos a nuestros hijos de una forma nueva y potenciar nuestros vínculos con ellos.
Magdalena Sáez Valls
Alicia Martín Pérez
AMP Psicólogos

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Los trastornos de ansiedad en la infancia y la adolescencia


Todos los seres vivos estamos dotados de un sistema biológico que nos permite experimentar ansiedad o temor. En los niños, la emoción del miedo cumple una función importante ya que los alerta y protege en situaciones para las que todavía no han desarrollado las habilidades necesarias y que podrían resultar peligrosas.

Así, sentimientos tales como el miedo, la ansiedad y la tristeza se presentan de forma normal en algún momento del desarrollo. Las causas de los mismos, la forma en que se manifiestan y sus funciones adaptativas cambian conforme el niño crece y pasa de la infancia a la adolescencia.

La ansiedad se considera normal y funcional cuando se trata de una respuesta que se explica claramente por el estímulo que la desencadena, cuando es adaptativa o lleva consigo una utilidad para el individuo, cuando es adecuada y proporcionada a la situación que la provoca, y cuando no conlleva una expresión corporal intensa. 

Sin embargo, cuando la ansiedad se presenta en situaciones ambiguas en las que no se entiende la razón por la que surge, produce un malestar importante y no ayuda a la adaptación del individuo sino que lo desajusta, provocándole síntomas físicos desproporcionados, hablamos de ansiedad patológica.

En la infancia, los trastornos de ansiedad constituyen la problemática más frecuente en las consultas de los especialistas, presentándose en aproximadamente entre el 9 y 21% de los niños y adolescentes de la población, lo cual constituye un problema de salud importante a estas edades.

Como se ha mencionado anteriormente, la identificación de la ansiedad como patológica puede resultar difícil pues, en ocasiones, son expresiones exageradas o temporalmente inadecuadas de lo que se consideran reacciones normales y adaptativas: el miedo y la ansiedad.

Las manifestaciones de ansiedad serán diferentes según la etapa del desarrollo. En los niños más pequeños se presenta a menudo como actividad excesiva, comportamientos estridentes y de llamada de atención, dificultades en la separación temporal de sus padres, o en el momento de ir a dormir. Las manifestaciones conductuales de la ansiedad pueden conducir a diagnósticos inadecuados de trastorno de déficit de atención con o sin hiperactividad (TDAH), trastorno desafiante y oposicionista u otros problemas de conducta.

A medida que los niños van creciendo, son más capaces de describir sus vivencias subjetivas, y pueden denominarlas usando diferentes vocablos como miedo, nerviosismo, tensión, rabia. Un problema de ansiedad también puede evidenciarse a través de comportamientos disruptivos o antisociales.

A continuación se describen brevemente los trastornos de ansiedad más habituales en la infancia y adolescencia:

1. Trastorno de ansiedad por separación: Hace referencia a una ansiedad elevada que presenta el niño cuando se separa real o supuestamente de sus seres queridos, especialmente de sus padres. El niño se preocupa cuando sus padres salen de casa (por motivos de viaje, de trabajo o simplemente si se retrasan en sus quehaceres cotidianos fuera de casa). Teme que les haya pasado algo malo, que se pongan enfermos o que se mueran.

2. La fobia escolar hace referencia al miedo y rechazo del niño a acudir a la escuela por alguna situación o persona relacionada con ella: problemas con algún profesor o compañero, dificultades durante el recreo o la comida, etc. Se trata de un trastorno de ansiedad muy incapacitante en tanto el niño puede dejar de acudir a la escuela durante largos períodos de tiempo, con las alteraciones a nivel de rendimiento escolar y de relaciones sociales que se derivan.

3. Fobia social: El niño o adolescente con fobia social experimenta una ansiedad elevada ante un amplio abanico de situaciones sociales: le cuesta preguntar la hora o una dirección a un desconocido por la calle, le cuesta mucho entablar una relación de amistad con niños/as de su edad, evita participar en clase, hablar con los profesores, ir a fiestas o llamar por teléfono, etc.

4. Trastorno de ansiedad generalizada: El rasgo distintivo de este cuadro es la presencia de preocupaciones excesivas por diferentes situaciones o actividades de la vida cotidiana. Estas preocupaciones se consideran excesivas porque ocupan mucho tiempo (el niño o adolescente rumia de forma constante sobre ellas) y porque causan malestar (al niño o adolescente le gustaría no preocuparse tanto por ellas). Además, es incapaz de controlar esta preocupación.

5. Trastorno obsesivo compulsivo: Este trastorno se compone de obsesiones (pensamientos o imágenes desagradables que aparecen de forma reiterada contra la voluntad del sujeto) y de compulsiones (conductas que se realizan con el propósito de reducir o eliminar la ansiedad provocada por las obsesiones).

Como padres, jugamos un importante papel en caso de que nuestro hijo presente un problema de ansiedad. Si el ambiente es comprensivo y se emplean estrategias que ayuden al niño, éste se verá beneficiado. Sin embargo, los ambientes que minimizan o culpan al niño del problema, o que le obligan a enfrentarse a una situación para la que no se encuentra preparado, estarán provocando un rechazo del niño a compartir sus problemas y pedir ayuda y, por tanto, comprometerán su mejoría. 

La evolución natural de la ansiedad en niños sin tratamiento puede derivar en serias repercusiones en el funcionamiento académico, social y familiar de los niños, interfiriendo de forma importante en el desarrollo del concepto de sí mismos y la autoestima.


Las principales modalidades de tratamiento en la práctica clínica son la terapia cognitivo conductual (TCC), las intervenciones informativas para familiares y el tratamiento farmacológico. Si la ansiedad es atípica para la edad del niño o niña, perdura en el tiempo, no hay signos de mejoraría, y está causando problemas significativos, se recomienda acudir a un profesional en busca de estrategias concretas que ayuden al niño a superar sus dificultades.

Magdalena Sáenz Valls
Alicia Martín Pérez
AMP Psicólogos Aranjuez

lunes, 10 de noviembre de 2014

LAS EMOCIONES: ¿POSITIVAS O NEGATIVAS?


Podemos definir las emociones como estados intensos caracterizados por pensamientos, reacciones fisiológicas y conductas específicas, que surgen de modo repentino en respuesta al entorno que nos rodea. Son reacciones subjetivas, es decir, las reacciones emocionales son el resultado de nuestra manera particular de interpretar las situaciones que vivimos. Es por ésta razón, que no todos reaccionamos igual emocionalmente ante un mismo acontecimiento, ya que cada uno de nosotros da un significado distinto, personal y mediado por la propia experiencia, a cada situación concreta.

 

Las emociones son una dimensión psicológica necesaria para la supervivencia. Suponen un “impulso” para la acción y la comunicación, y se relacionan con procesos neuroquímicos y cognitivos que tienen que ver con la toma de decisiones, la memoria, la atención, la percepción o la imaginación. Sin embargo, en muchas ocasiones nos resultan enigmáticas o difíciles de comprender y manejar.

 

A pesar de ser tan importantes, tradicionalmente se les ha restado valor, considerando que potenciaban la vulnerabilidad del ser humano y haciendo prevalecer la razón como forma más adecuada de conducir nuestras vidas. Ya Platón señaló que las emociones eran caballos salvajes que tenían que ser refrenados por la razón. Así, se ha asimilado a fortaleza o competencia el ser capaces de controlar, eliminar u ocultar cualquier atisbo de emocionalidad.

Los estudios y la profundización en el conocimiento del ser humano han puesto en evidencia que solo es posible mantener una buena relación con nosotros mismos y con los demás cuando existe un adecuado equilibrio entre razón y emoción.


                Una manera común de clasificar las emociones es en positivas o negativas, dependiendo de que las sensaciones que las acompañan sean agradables o desagradables. Esta clasificación, si bien es fácilmente entendible, nos lleva a confusión ya que tanto unas como otras son de vital importancia para nuestra adaptación y supervivencia. Las llamadas “positivas” nos indican aspectos protectores, sanos, satisfactorios o placenteros de la vida, a los cuales acercarnos y propiciar su mantenimiento, mientras que las “negativas” nos indican aspectos peligrosos o dañinos de los cuales apartarnos o mantenernos en vigilancia. Por ello, se considera más adecuado sustituir la idea de emociones positivas o negativas, por la de emociones apropiadas o inapropiadas.

Esto es así porque todas las emociones son sanas cuando se identifican, se entienden y se expresan adecuadamente, pero dejan de serlo cuando se exaltan, se reprimen o se expresan de modo exagerado, pudiendo convertirse en patológicas.


Para comprender mejor esta idea, presentamos un breve análisis de algunas de las emociones básicas.

La cólera o ira, es una emoción que nos indica que algo importante para nosotros está en peligro. En positivo nos lleva a la autoafirmación, a proteger nuestro territorio y a defender lo que es justo poniendo límites.

Sin embargo, cuando es excesivamente intensa y duradera, se reprime o se oculta, se transforma en resentimiento, irritabilidad, agresividad, odio y aislamiento social. A su vez, cuando se manifiesta de forma exagerada nos crea conflictos, sentimientos de culpa e incapacidad.

La tristeza, nos permite reconocer las pérdidas, llevándonos a conectar con nosotros mismos, a la introspección, la autoconsciencia, ayudándonos a recomponernos.

Pero cuando nos quedamos instalados en ella, la negamos y ocultamos puede convertirse en depresión.

El amor es enriquecedor y estimulante, proporciona apoyo y protección, nos moviliza a acercarnos a los demás, a compartir, a cuidar, es el motor de gran parte de nuestras virtudes.

No obstante, se puede transformar en algo destructivo cuando nos lleva a la sobreprotección, a la dependencia o a los  en celos.

El miedo, forma parte de nuestro sistema de alerta y permite protegernos de los peligros. Puede convertirse en algo inadecuado cuando se activa ante estímulos que no son realmente dañinos, bloqueándonos, paralizándonos, impidiéndonos afrontar retos y avanzar.

La alegría, nos permite reconocer las bondades de la vida, genera bienestar y energía y nos impulsa a la acción. Podríamos decir que es el estado en que todos queremos vivir.

En ocasiones, ésta puede convertirse en peligrosa cuando se convierte en euforia, nos aleja de la prudencia o nos impide medir nuestros verdaderos límites, llevándonos a la temeridad.

La aversión, nos indica la presencia de algo que puede ser perjudicial para nosotros, ayudándonos a alejarnos de tales estímulos. Pero se puede transformar en fobias cuando nuestra activación es excesiva.


A modo de conclusión podemos resaltar algunos aspectos:

  • Todas nuestras emociones cumplen una función positiva, aunque algunas las vivamos como algo molesto.
  • El modo en que las gestionemos a nivel interno y la forma de expresarlas serán la clave para lograr el bienestar emocional.

La psicología como ciencia que estudia al ser humano ha elaborado distintas estrategias que permiten superar aquellas dificultades que en ocasiones perturban nuestra vida emocional.

 

 

Paloma Suárez Valero.

Alicia Martín Pérez.

AMP Psicólogos.

www.psicologosaranjuez.com